jueves, 5 de junio de 2014

ACTUACIÓN Y COMPORTAMIENTO DE UN ESCOLTA PROTECTOR.

ACTUACIÓN Y COMPORTAMIENTO DE UN ESCOLTA PROTECTOR.
Aunque el deber de un escolta es el de evitar todo peligro para su protegido, nuestra labor debemos hacerlo lo más solapada y tranquilamente posible, de manera que no sólo no consigamos ejercer una mejor labor, sino, y un punto importante, que nuestro trabajo no afecte a la persona a la que protegemos.
El protector ha de estar todo el tiempo alerta y precavido, pero no debe contagiar este estado a su protegido, ya que éste, en la mayoría de las ocasiones, tendrá su propia vida y rutina. Debemos saber adaptarnos -en la medida de lo posible, lógicamente- a ella sin que se note ni nuestra intervención, ni nuestros miedos o sospechas. Sólo en última instancia intervendremos con el protegido para hacerle modificar, aunque sea mínimamente, sus pautas cotidianas.
Por ejemplo: si existe un auto aparcado, que nos hace sospechar, no debemos advertirle de ello al protegido y hacerle variar su ruta. La mayoría de las veces esto crearía situaciones de alerta que, con el tiempo, pasarán no sólo a afectar su vida privada, sino su propia estabilidad emocional.
Por ello es imperativo que dejemos claro al protegido que aceptará nuestras sugerencias por encima de todo y las tendrá en cuenta. Debemos, en lo que se llama en el argot, obrar con psicología.
En otras ocasiones, sin embargo, y en determinados trabajos, solamente tendremos acceso al VIP a través del Jefe de Seguridad, que es la persona que contará con todos los medios y que, se supone, posee la mayor experiencia. Si esto es así, el Jefe de Seguridad debe saber interpretar correctamente nuestras órdenes y trasladarlas correctamente al protegido, de manera que no se cree confusión y la situación no derive en un acto de irresponsabilidad.
Ante el vehículo aparcado del ejemplo anterior no diremos algo así: “Sospecho de ese auto, probablemente tenga una bomba adosada, vamos por este lado de la acera o por esta ruta”. Eso, dicho la primera vez, probablemente le afectará y nos hará caso, pero cuando lo decimos diez, doce o cien veces, como, probablemente, tengamos que hacer -dependiendo del caso- el protegido acabará o por no hacernos caso, o le crearemos una situación de estrés para la que él no está - y no tendría por qué estarlo, por otra parte - preparado.
En lugar de ello diremos: “Vamos por esta zona (o por esta acera, o por esta parte del edificio)”. No le diremos por qué ni para qué. Si la bomba explota luego en la otra parte del edificio por la que nosotros no hemos pasado, ya habrá tiempo de explicárselo; y, sino explota, le habremos ahorrado un disgusto.
Por todo lo anterior hay que insistir sobre ello: antes de entrar a cumplir nuestro trabajo debemos dejarle claro cómo actuaremos y la importancia de hacernos caso.
Esto implica algo importante: responsabilidad. A partir de ahora no podremos decir que el protegido ha ido por éste u otro sitio “por su culpa”, aunque en la mayoría de las ocasiones, realmente, así sea.
Debemos tener la capacidad -y la autoridad- para modificar rutas, cambiar ubicaciones y alterar recorridos. Esto, lógicamente, es más o menos fácil cuando el protegido decide dar un paseo todas las tardes, pero es más difícil de conseguir cuando un determinado trazado con multitud de gente que ha sido previsto con antelación semanas, cuando no meses, atrás.
Por ello, otro de los aspectos importantes del protector es que ha de ser flexible. Y, por ello también, es muy importante que sepa analizar, en minutos (¡o segundos incluso!) la situación que le rodea y que rodea a su protegido: posibles zonas de evacuación, peligros inminentes, zonas de paso más seguras… a veces solo tendremos unos minutos para decidir todo esto, y es nuestra experiencia, junto con nuestra profesionalidad, la que nos ayudará a salir airosos.
Todo ello, además, debe hacerse de modo “transparente” para el protegido, sin que nada le afecte o, cuanto menos, le afecte lo más mínimo. Es lo que se denomina “intervención silenciosa”, una especie de vigilancia latente que nunca debemos aletargar y, también, nunca debemos hacer evidente.
No obstante, en muchas ocasiones no tendremos la capacidad (ni la autoridad moral, no ya profesional) de modificar su agenda o sus compromisos. Ante ello debemos actuar intentando haber preparado el terreno mucho antes (esto es posible en muchos casos, ya que los compromisos de muchas autoridades han sido pactados bastante tiempo antes). Pero incluso eso es menos importante, a veces el peligro lo tenemos nada más salir a la puerta de casa, y si modificamos esa parte podemos haberle salvado la vida, aún sin nosotros llegar a saberlo nunca.

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